SINOPSIS: California, años 70. Mientras trata de improvisar un circuito con una motocicleta, no exento de riesgo, en pleno desierto de Nevada, Howard Hughes sufre una aparatosa caída que le deja semiinsconsciente. Al caer la noche, un individuo llamado Melvin Dummar, acierta a escuchar unos sollozos y lo auxilia de inmediato, sin llegar a reconocer de quién se trata. Circunscribiéndolo al terreno de lo anecdótico, Melvin prosigue con una vida a merced de las penurias económicas, tratando de sacar adelante a su familia formada por su esposa Lynda, y los hijos de la pareja, Darcy Lee y Farron. Por su parte, Lynda persiste en contribuir a mejorar la economía familiar actuando de bailarina y stripper en un local nocturno, algo que desagrada a Melvin, al punto que irrumpe en la sala y provoca que ella sea despedida de su trabajo. Un concurso televisivo servirá para que la fortuna de los Dummar posibilite un nuevo giro, pero no será el definitivo…
COMENTARIO: En los estertores de la década de los setenta
Robert Altman dio inicio a una etapa ciertamente aciaga con varias de las producciones que jalonan su andadura profesional que no llegaron a ser estrenados en nuestro país. Observado

en perspectiva, el guión escrito por Bo Goldman con el título
Melvin & Howardhubiese sido un material perfectamente válido para que Altman tomara el control de la dirección. Si ese escenario se hubiese dado, presumo que al hacer balance de una década bastante desafortunada en todos los aspectos para el cineasta de Kansas,
Melvin & Howard hubiese podido ser contabilizado entre lo más granado, partiendo de la base de un libreto escrito por Goldman que se ajustaba como un guante a las prestaciones autorales de Altman, fiado a dinamitar la noción del
american way of life en (casi) cada una de sus propuestas cinematográficas. Sin embargo, el proyecto quedó a resguardo de
Jonathan Demme, un realizador cuyo recorrido hasta entonces en el terreno del audiovisual se había ceñido a una primera etapa conformada por películas de bajo —para la «Factoría Corman:
La cárcel caliente (1974),
Crazy Mama (1975),
Luchando por mis derechos (1976)—, y presupuesto medio, esto es, para la Paramount —-
Citizens Band (1977)— y la United Artists —
El eslabón del Niágara (1979)—. Títulos todos ellos susceptibles de merecer el interés para aquellos
rastreadores de elementos que contribuyan a recomponer la figura artística de Demme, pero sin duda
Melvin & Howard resultó el primero, a efectos cronológicos, que llamó poderosamente la atención de la crítica especializada de los Estados Unidos. En algunos países de ámbito europeo este «despertar» llegó sobre todo a partir del estreno de
Algo salvaje (1986).
Ganadora del Oscar® al Mejor Guión Original y a la Mejor Actriz Secundaria —
Mary Stenburgen—,
Melvin y Howard llama a un cierto equívoco por lo que atañe al enunciado de su título. Así pues, el protagonismo de la función recae en Paul Le Mat —presente en el reparto coral de
Citizens Band para quien había sido uno de los jóvenes intépretes de
American Graffiti (1973) y su continuación,
Más American Graffiti (1977)— encarnando a un personaje real, Melvin Dummar, empleado en la empresa lechera Rockwood, sita en el estado de California, quien fue uno de los beneficiarios de la herencia de Howard Hughes (1905-1976). La casualidad quiso que Melvin pasara muy cerca de donde Hughes había sufrido un accidente de motocicleta en el desierto de Nevada, y no se lo pensara un solo instante a la hora de auxiliarlo. El empresario multimillonario —propietario de la RKO durante un periodo clave de la historia de la compañía— tomó buena nota de aquel episodio gratificando, al cabo, a Melvin con un montante de ciento cincuenta y seis millones de dólares en la escritura de una herencia sobre la que hubo numerosos litigios sin que llegara a esclarecerse del todo su autenticidad. Consciente de la importancia que debe tener el último tercio de una película, Goldman se reservó el

as de recuperar al personaje de Hughes (en la piel de
Jason Robards: pese a su brevedad en pantalla bastó para su última nominación al Oscar®, para la ocasión en calidad de secundario), ya sea a través de la retransmisión por televisión de su funeral —celebrado el 7 de abril de 1976— o la secuencia en que Melvin rememora un episodio de su fugaz relación, sentados ambos en la parte delantera de un todoterreno. Un ardid de guión que procura cerrar el círculo de una historia que mantiene un tono de comedia acorde con la manera de entender la práctica cinematográfica Jonathan Demme, en línea con el planteamiento de la citada
Algo salvaje o
Casada con todos (1988). A nivel estilístico, el uso de la
steadicam para la secuencia que se desarrolla en el interior de un edificio gubernamental localizado en la Mormon Square, en Salt Lake City,
enlaza en su fundamento operativo con la secuencia de apertura de
El silencio de los corderos (1990) y con la estética visual aplicada por
Paul Thomas Anderson para su segundo largometraje,
Boogie Nights (1997). No en vano, Anderson ha favorecido a la reivindicación de
Melvin & Howard merced a resaltar sus virtudes, las propias de un film sobre cuyo visionado planea la alargada
sombra de asistir a una función cinematográfica manejada tras las cámaras por Robert Altman. De los films
altmanianos no dirigidos por Altman, no cabe duda, que
Melvin y Howard se sitúa en la parte alta de una eventual lista.
A modo de coda, cabe mencionar que otra de las señas de identidad del cine del responsable tras las cámaras de Melvin y Howard, el de la inclusión de canciones ubicadas en el espacio del pop y/o del rock para formar parte de la banda sonora, en el caso de Melvin & Howard acertamos a escuchar un par de temas del repertorio de Crazy Horse —“Downtown” y “Gone Dead Train”—, la banda a la que ligó su suerte en no pocas etapas de su dilatada trayectoria profesional Neil Young, un músico clave al revisar la aportación al audiovisual de un cineasta del relieve y de la significación de Jonathan Demme.•
Christian Aguilera